"Los cinco minutos de Maria"

"Los cinco minutos de Maria"
Textos tomados del Libro "Los cinco minutos de María" del Padre Alfonso Milagro.

jueves, 28 de marzo de 2024


 ==CON MARÍA...EL JUEVES SANTO==


“Hágase en mí lo que has dicho”

Lc 1,38

 

María en el momento de la Anunciación, después de manifestar su turbación: “no temas, María” (Lc 1,30), después de haber reflexionado: “estas palabras la impresionaron muchísimo y se preguntaba qué querría decir ese saludo” (Lc 1,29), y después de haber pedido explicaciones : “¿Cómo podré ser madre si no tengo relación con ningún hombre?” (Lc 1,34), hechos que revelan su deseo de discernir los caminos del Señor y de seguirlos, pronuncia su “sí” incondicional. Declarándose “servidora del Señor”, María expresa la comprensión del momento que vive y obedece a la voluntad que Dios ha establecido sobre ella. En ese momento consagra su vida, simbolizada en la entrega de su cuerpo - el mayor patrimonio del pobre - para que en él Dios realice su designio.


Jesús, en el momento del Getsemaní, después de manifestar su turbación: “comenzó a sentir temor y angustia” (Mc 14,33), después de haber reflexionado: “siento en mi alma una tristeza mortal” (Mc 14,34), y después de haber pedido explicaciones : “Abbá, o sea Padre: para ti todo es posible; aparta de mí esta copa” ( Mc 14,36), situaciones que revelan su deseo de discernir la voluntad del Padre y de cumplirla, pronuncia su “sí” incondicional: “Pero no: no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieras tú” (Mc 14,36). Jesús, como María, asumiendo el papel de siervo, expresa en su “sí” la comprensión del momento que vive y obedece la voluntad que Dios ha establecido sobre El. En ese momento entrega su vida, simbolizada en la entrega de su cuerpo – el mayor patrimonio del pobre – para que el Padre realice en él su designio.


En la Cena, cuya memoria y actualización celebramos hoy solemnemente, Jesús anticipa su muerte. Su cuerpo masacrado y su sangre derramada, nos los entrega hechos pan y vino. Lavando los pies a los discípulos y mandándoles a que ellos lo hagan mutuamente, nos invita al amor fraterno que se expresa en el servicio mutuo.


María parece estar ausente en este momento sublime de la entrega y de la promulgación del mandamiento del amor. Pero no: está hecha memoria y ejemplo para Jesús. Ella le enseñó el servicio humilde y la entrega, la donación total del propio cuerpo, de la vida, sin reserva y sin medida. Con el “sí” de María, anterior al “sí” de Jesús, el cuerpo que hoy se hace pan tuvo la posibilidad de ser cuerpo.


Que María nos ayude a comprender, a vivir y a saber actualizar en el amor y el servicio mutuo, este misterio de amor que es la entrega del cuerpo y de la sangre de Jesús, simbolizado en la Eucaristía, cuya memoria solemne celebramos hoy Jueves Santo.


HORA SANTA


“María y la Ultima Cena”


 Introducción:

 En esta noche santa, noche de adoración silenciosa del misterio, queremos frente al Dios hecho Pan, orar una hora con María. Que ella, Madre de Dios y Madre nuestra, Madre del pueblo, guíe nuestra oración, disponga nuestro corazón y nos introduzca en la contemplación del amor eterno simbolizado en la entrega de Jesús.

 

I. “¿DÓNDE ESTABAS, MARÍA?”

¿Dónde estabas, María, aquella tarde,

cuando Jesús quería, con sus amigos,

por vez postrera , comer la Cena, Cena de Pascua?

Cierto es que estabas, romera y peregrina, cerca del Templo,

¿como buena judía?, ¿o como la madre buena, que intuyendo el peligro,

buscabas afanosa, como hacía muchos años, al pequeño perdido?

Dinos, María, ¿verdad que tú sabías que lo buscaban?

 ¿verdad que El no sabía que lo buscabas?

 ¿Quién te lo reveló?

 ¿Acaso un ángel?

 ¿Volvió el Angel Gabriel para decirte:

 “corre, María, que el Hijo está en peligro”?

 ¿o fue sólo tu intuición de madre?

Pero en Jerusalén andabas, ¿verdad, María?

Perdona, te pregunto: aquella tarde,

¿dónde estabas, María, aquella tarde?

Porque de algo, seguro, sí que estamos:


si El lo hubiera sabido, si lo hubieras hallado,


con El hubieras compartido la Cena,

o acaso, ¿te lo hubieras llevado?

¿Dónde estabas, María, aquella tarde?


Yo estaba, sí, y lo estaba buscando,

yo lo sabía, porque una espada,

comenzaba con fuerza a traspasarme el alma.

Yo lo sabía. Las madres no necesitan que les digan

si el alma del hijo está agitada,

o su vida en peligro.


Y sabía dónde estaba,

sabía dónde estaba, pero yo no quería

que ninguno me viera.

Bastante ya tenía mi Jesús con la pena

de estar con los amigos en la Ultima Cena,

bastante ya tenía con la traición de Judas;

yo le había dicho que dudara de ese hombre

que la última vez que pasó por mi casa

no me miró a los ojos, ni pronunció mi nombre.

Bastante ya tenía con la cruz que llegaba,

la cruz que había soñado de pequeño

y cuando la pensaba,

turbado buscaba refugio acá en mi seno.

Yo estaba, sí, pero sólo quería,

sin que me viera, sin pronunciar palabra,

estar junto a la cruz cuando la lanza le rompiera el costado

y a mí la espada entera me traspasara el alma.


II. “¿TÚ, QUÉ SABÍAS, MAESTRO?”

¿Tú, qué sabías, Maestro, aquella tarde?

¿sabías que María te buscaba?

¿sabías que tu madre se escondía,

para que no la vieras conmovida y llorosa,

pues sólo pretendía acompañarte,

de lejos y en silencio,

agravando su pena, sin aumentar la tuya?

Cuéntanos qué sabías:

¿sabías de su angustia,

o acaso la tuya era tan grande

que no te daba campo

para pensar en ella?

Si te hubiera encontrado, o si la hubieras visto,

¿qué sentimiento te habría sobrecogido?

¿el temor de que a ella también le hicieran algo?

¿aumentado tu miedo?

¿aliviada tu angustia?

¿vergüenza al sentirte descubierto,

por ella, tan decidida y fuerte como siempre,

y tú tan decidido pero también tan frágil?

Y una pregunta más:

Maestro, ¿la hubieras invitado?, ¿era cosa de hombres?

La que estuvo contigo en tantas Pascuas,

¿no podía acompañarte en la Ultima Cena?


Yo todo lo sabía... casi todo.

Que la terrible hora había llegado,

sabía de la traición,

el beso de Judas me quemaba,

por el Gólgota había paseado,

había contemplado el lugar del patíbulo,

y había repasado muchas veces

ese discurso largo para la despedida.

Y entre los tantos gestos para mostrarse humildes,

pensé en las ocasiones que mi madre

lavándome los pies me los besaba.

Sabía exactamente lo que es sentir el miedo

y el sentirse cansado.

Sabía que en unas horas todo habría terminado,

sabía que mi Padre no cambiaría el designio,

y estaba, sí, agitado y enormemente triste!


Yo todo lo sabía... casi todo.

Sabía de soledad, de desaliento,

y en la agonía de este último envión

me sostenía la confianza en mi Padre

y el recuerdo de mi madre María.

Que ella me pensaba, lo sabía!

Que me extrañaba , lo sabía!

Que me esperaba... ¿cuándo no me esperaba? lo sabía!

y si quieren saberlo, no la hubiera invitado,

¿quién invita a la muerte?

Pero que me buscaba entonces...no lo sabía!

Que no quería mostrarse...no lo sabía!

Que no quería que yo la viera...no lo sabía!

Pero por otra parte, yo la sentía conmigo,

la sentía presente, preparando la mesa y esperando

a que entregara el cuerpo como ella lo había hecho,

como me había enseñado,

cuando dijo que sí y fue toda de Dios y toda nuestra,

cuando me dio su cuerpo para que yo pudiera

ser el “Dios con nosotros”:

Mi madre sí que estaba en la Cena!


III. “Y USTEDES, DISCÍPULOS, ¿QUÉ HACÍAN?

Y ustedes, discípulos, qué hacían?

¿qué hacían aquella tarde?

¿Intuían, más allá de la fiesta, la tragedia cercana?

¿La cara del Maestro era la misma? ¿De veras la miraban?

Era la vez primera que celebraban juntos a la sombra del Templo,

en la Jerusalén de las promesas, la capital sagrada,

¿por sus mentes pasaba que esa Cena, era la Ultima Cena?

¿O era mejor libar y el no ser inculpados de traidores?

¿Verdad que no entendían las palabras ni el signo?

¿Verdad que nunca dieron importancia al discurso

de cruces y de muertes y de resurrecciones?

¿Verdad que en el camino de Jesús a la muerte,

ustedes discutían quién sería el primero?

¿Verdad que en esa Cena comieron y bebieron,

pero sin entender y embotados de vino,

en vez de orar con Jesús en la hora del huerto,

bien pronto se durmieron?

¿Verdad que se escondieron?

¿Verdad que las promesas de seguirlo,

fueron sólo palabras que las borró su miedo?

¿Pensaron en María?

Si la encontraron, ¿qué le dijeron?


Todo fue cierto, sí, y arrepentidos luego lloramos.

El discurso era duro, muchos se retiraban;

y nosotros, discípulos, teníamos miedo,

miedo de preguntar; sólo sabíamos que El era bueno,

y era tan bueno con el Maestro estar...

nos sentíamos grandes, con Él no éramos pobres,

muchos nos envidiaban

y a nosotros el sentirnos famosos nos gustaba.

Nunca entendimos claro lo del viaje a la muerte:

acostumbrados a sus historias y a sus parábolas,

pensamos ingenuamente que esas palabras

no eran más que otro ejemplo.

Pero el pan de esa Cena...y ese vino, quemaban.

Fuimos cobardes. Desde la multitud callábamos.

De todos sólo uno arriesgó con María.

La vimos desde lejos y corrimos en dirección contraria..

Se quedó sólo uno...

Huimos en la prueba. Avergonzados,

perdida la esperanza, nos sentimos perdidos.

Pero venció a la muerte y fueron las mujeres

las primeras que vieron el sepulcro vacío.

Allí estaría María.

Nosotros, poco a poco, nos fuimos transformando.

El no tuvo reproches.

Con ella, con María, recibimos la fuerza

de su Espíritu Santo y, convertidos,

nos hicimos testigos.

Esto es lo que hacemos y eso fue lo que hicimos.



IV. ¿Y DE NOSOTROS, QUÉ?

¿Y de nosotros, qué?

Ya sabemos la historia de la Ultima Cena:

dónde estaba María, lo que sabía el Maestro,

lo que hacían los discípulos.

¿Y de nosotros, qué?

Hoy también el Maestro está presente,

porque su sacrificio fue único y por siempre.

Hoy se ha actualizado ese momento

en nuestras coordenadas tan diversas,

en nuestra historia y en nuestro templo.

¿Sabemos lo que hacemos?

Si entendemos , como María “la ausente”,

la gravedad del momento,

presurosos, acabada la Cena,

¿vamos para Getsemaní y para el Calvario?

O terminada, ¿saldremos inconscientes

a dormir y a escondernos?


Se trata de arriesgar, porque el Maestro

agoniza en la cruz vilipendiado,

y la dignidad que le queda es la presencia

de su madre María, otras mujeres,

y del discípulo “al que más quería”.

Actualizar la Cena es compromiso

con los nuevos crucificados de la historia,

presencia firme ante las nuevas cruces,

con generosidad rayana en el martirio.

Actualizar la Cena es estar con María

en actitud valiente y silenciosa,

ante el dolor, misterio de pobreza,

fuente de salvación y nueva vida.


Allí estabas, María, no habría Cena sin ti, El te sentía.

Tu presencia, más real que la todos los discípulos,

fue la fuerza ejemplar que sostenía al próximo a morir.

Tu bebiste del cáliz, con El, gota por gota.

Tú que le diste cuerpo de tu vientre,

en tu regazo volviste a recibirlo,

hoy hecho muerte ...y tres días después, RESURRECCIONES!


(Dos o tres minutos de silencio con música clásica de fondo. Después, de

pie, se entona el Magnificat)

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