"Los cinco minutos de Maria"

"Los cinco minutos de Maria"
Textos tomados del Libro "Los cinco minutos de María" del Padre Alfonso Milagro.

viernes, 2 de febrero de 2018




==UNA FIESTA MARIANA PARA CADA DIA DEL AÑO==

2 de Febrero.

♡Fiesta de la Candelaria o Presentación del Señor♡

La festividad del 2 de febrero recuerda dos hechos que refiere el evangelista san Lucas: La purificación de la Santísima Virgen y la presentación del Niño Jesús en el templo.

De acuerdo con la ley mosaica (Levítico), la mujer que daba a luz quedaba legalmente impura por un período de cuarenta días (si su vástago era varón) o de ochenta (si era hembra). Durante todo este tiempo la madre debía permanecer en retiro, sin poder participar en las funciones sagradas públicas.
Al cabo del plazo correspondiente, debía acudir al templo para presentar, en el atrio de las mujeres, su ofrenda ante el sacerdote, el cual debía inmolarla a Dios como holocausto de adoración y de expiación a favor de la oferente. Ésta recibía entonces una declaración de que había quedado legalmente pura y podía reintegrarse a la vida de la comunidad.
Además, si el hijo era varón y primogénito debía ser consagrado a Dios como primicia que era, siendo rescatado mediante el pago de cinco siclos. Este rescate era una formalidad simbólica, pues había pasado ya el tiempo en el que los primogénitos varones eran destinados al servicio religioso, al haberse designado a la tribu de Leví como la casta sacerdotal del pueblo escogido.

María se sometió a las disposiciones de la religión veterotestamentaria porque era una piadosa israelita, que guardaba la palabra de Dios y la ponía en práctica, que la conocía muy bien y la meditaba en su corazón, como lo demuestra el precioso canto del Magníficat, que entonó al recibir el saludo de su prima Isabel y que rezuma una fuerte inspiración bíblica (lo que demuestra su gran familiaridad con la Escritura). Evidentemente, no necesitaba purificarse, siendo la Purísima por excelencia, sin mancha ni fómite de pecado, y habiendo engendrado y dado a luz al Hijo de Dios, que salió de su castísimo seno como la luz por cristal diáfano, sin quiebra ni menoscabo. Pero dos consideraciones nos permiten comprender por qué, sin embargo, la Santísima Virgen, no se eximió de una ley que no la afectaba.

La primera es su profunda y sincera humildad, que no necesitaba reivindicar ningún privilegio porque sabía que todo lo había recibido graciosamente de su Creador.
La segunda es que convenía que todo el negocio de la Encarnación quedara oculto a Satanás.

Sin embargo, he aquí que dos píos ancianos, atentos a las profecías, son los que se percatan de que el Niño que vienen a presentar al templo aprovechando la purificación de la Madre, es el Hijo de las promesas, el que ha de traer la salvación a Israel y, por ella, a todas las gentes. Simeón y Ana son los primeros a quienes se ofrece la luz de la fe en Jesús y la aceptan. Ana, la profetisa, es, además, la primera misionera, pues, después de ver al Niño y alabar a Dios “hablaba de Él a cuantos esperaban la redención de Jerusalén”.

La festividad de la Purificación de Nuestra Señora y de la Presentación del Niño en el Templo fue fijada por la Iglesia el 2 de febrero inspirándose en los cuarenta días prescritos por la ley de Moisés para declarar la pureza legal de una parturienta (desde el 25 de diciembre hasta el 2 de febrero corren, en efecto, cuarenta días). Es el broche de oro que cierra el ciclo de Navidad y marca para muchos el tiempo de retirar los adornos natalicios. También en este día cambia la antífona mayor de la Virgen que se canta en completas: el Alma Redemptoris Mater es substituida por el Ave Regina coelorum, que exalta el poder de María, que le viene de su divina Maternidad.

Antaño era costumbre entre las familias católicas el que las madres recién paridas se mantuvieran retiradas también durante cuarenta días después del parto a contemplación e imitación de la Santísima Virgen. Es por ello por lo que no solían asistir al bautizo de sus hijos y acudían de manera discreta a la iglesia para cumplir con el precepto dominical o se eximían de éste si estaban débiles por los trabajos puerperales. Al cabo del plazo cuadragenario hacían pública comparecencia en la iglesia con comitiva y cierto aparato festivo en lo que se llamaba la “salida de parida”. Allí recibían una bendición especial: Benedictio mulieris post partum (que trae el Rituale Romanum), teniendo una candela encendida en la mano.
Laudablemente, la madre ofrecía el estipendio de la misa a la que asistía, como reminiscencia de la ofrenda de las mujeres israelitas para obtener su pureza legal. Concomitantemente, después del santo sacrificio, el neonato, ya bautizado, era presentado y consagrado a la Virgen ante la imagen o en la capilla de la advocación a la que la familia era devota, si antes no lo había sido inmediatamente después del bautizo.

Sería conveniente que volviera a retomarse esta bellísima usanza, desgraciadamente olvidada por los imperativos de la vida moderna. Pero nada impide que, sin necesidad de que se observe exactamente el término de cuarenta días, las madres cristianas señalen el fin de su baja por maternidad mediante una “salida de parida” y encarguen una misa de acción de gracias.

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