"Los cinco minutos de Maria"

"Los cinco minutos de Maria"
Textos tomados del Libro "Los cinco minutos de María" del Padre Alfonso Milagro.

martes, 21 de abril de 2020



==PERSEVERABAN CON MARÍA EN ORACIÓN==
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ORAR SIEMPRE...

El Señor Jesús inculcó a sus discípulos «que era preciso orar siempre sin desfallecer»[5]. Él mismo se ofrece como modelo, pues Él «aprendió a orar conforme a su corazón de hombre. Y lo hizo de su Madre que conservaba todas las "maravillas" del Todopoderoso y las meditaba en su corazón[6]»[7]. Del Señor «podemos decir perfectamente que "oraba todo el tiempo sin desfallecer". La oración era la vida de su alma, y toda su vida era oración»[8].

Con su palabra y ejemplo Cristo nos enseña en primer lugar que es necesario rezar siempre, es decir, que es necesario no sólo elevar el corazón a Dios a intervalos, en diversos momentos de la jornada, sino que hemos de aprender a rezar de tal modo que nuestra oración no se interrumpa en ningún momento. Ese es el ideal al que hemos de aspirar los discípulos de Cristo: la oración continua.

Pero, ¿es esto acaso posible? ¿Podemos acaso rezar sin interrupción? San Agustín, al meditar sobre la indicación del Apóstol del Señor a orar sin cesar[9], se preguntaba: «¿Acaso nos arrodillamos, nos postramos y levantamos las manos sin interrupción, y por eso dice: Orad sin cesar? Si decimos que sólo podemos orar así, creo que es imposible orar sin cesar». Por ello, explicaba el santo de Hipona, hay que entender que «existe otra oración interior y continua», una oración que no se interrumpe aunque abandonemos el lugar de nuestra oración: «Callas si dejas de amar. el fuego de la caridad es el clamor del corazón. Si la caridad permanece siempre, clamas siempre»[10]. Y en otro momento decía también: «No cantes las alabanzas a Dios sólo con tu voz, haz que tus obras concuerden con tu voz. Cuando cantas con la voz callas de tiempo en tiempo. Tú canta con la vida de forma que nunca calles. Cuando Dios es alabado por tu buena obra, con tu buena obra alabas a Dios»[11]. Así, pues, cuando nutridos por los momentos fuertes de oración obramos conforme al Plan de Dios, procurando hacer lo que el Hijo de María nos dice, nos insertamos vitalmente en una «dinámica oracional»[12] que permite convertir cada uno de nuestros actos, apostolado y la vida misma en una oración continua, en un "gesto litúrgico"[13], llegando a ser nosotros mismos una «hostia viva, santa, agradable a Dios»[14]

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