El recuerdo de la madre siempre es tranquilizador, pero cuando esta Madre es Maria, la paz inunda nuestra alma, la sonrisa aflora a nuestros labios, la alegría penetra a nuestra vida. Piensa, pues, con frecuencia en María, tenla presente en todos los momentos de tu vida, invócala sobre todo en los tramos más difíciles y comprometidos. ==SI VAS CON ELLA, NO PERDERÁS EL RUMBO==
"Los cinco minutos de Maria"
jueves, 17 de agosto de 2017
♡Dónde está Jesús está también su Madre♡
La Encíclica "Ecclesia de Eucharistia" en el n. 57 afronta la verdad de la presencia de la Virgen Maria en cada Misa; una verdad que alegra el corazón e ilumina la mente de todo sacerdote y de todo fiel, que reconoce en la Madre de Jesús a su propia Madre que le ha sido confiada personalmente por el mismo Señor, en la hora solemne del extremo Sacrificio, (cfr. Jn 19, 25-27). El Siervo de Dios Juan Pablo II nos hace entrar, de modo muy vivo, en esta unión de amor entre la Eucaristía y Maria; un "binomio", "inseparable" como es que se da entre la Eucaristía y la Iglesia: "En el 'memorial' del Calvario está presente todo lo que Cristo realizó en su pasión y muerte. Por tanto, no falta tampoco lo que Cristo realizó hacia la Madre a nuestro favor. A Ella le entrega el discípulo predilecto y, en él, nos entrega a cada uno de nosotros: '¡He aquí a tu hijo! '. Del mismo modo también nos dice a cada uno de nosotros: '¡He aquí tu madre'! (cfr Jn 19,26-27). Vivir en la Eucaristía el memorial de la muerte de Cristo implica además recibir continuamente este don. Significa tomar con nosotros - siguiendo el ejemplo de Juan - a Aquella que nos viene dada como Madre. Significa asumir al mismo tiempo el compromiso de conformarnos a Cristo, poniéndonos en la escuela de la Madre y dejando que Ella nos acompañe. Maria está presente, con la Iglesia y como Madre de la Iglesia, en cada uno de nuestras Celebraciones eucarísticas. Si Iglesia y Eucaristía son un binomio inseparables, igualmente los es el binomio Maria y Eucaristía. También por ello, el recuerdo de Maria en la Celebración eucarística es unánime, ya desde la antigüedad, en las Iglesias del oriente y del occidente" (Juan Pablo II, "Ecclesia de Eucharistia", n. 57).
Esta verdad, por tanto, no pertenece sencillamente a la devoción privada de los fieles más sensibles a la piedad mariano, sino que forma parte del más alto Magisterio de la Iglesia que, por voz de los Sumos Pontífices, alumbra el camino del Pueblo de Dios. ¡Qué consolador es saber que precisamente en el memorial eucarístico, junto al don del Cuerpo y Sangre de Cristo, el Señor nos renueva también el don de la maternidad de la Madre!
Como a Juan, el Señor eucarístico repite a cada uno de nosotros aquellas conmovedoras palabras "he aquí a tu Madre" (Jn 19, 27). No hay un momento más solemne, más importante y más significativo que este, para escucharlas de nuevo con fe en la profundidad de nuestra alma y acogerlas como don de amor, del mismo modo que las acogió Juan que "desde aquel momento tomó a Maria en su casa" (Jn 19, 27), es decir, entre sus bienes.
Más nos sumergimos en el misterio eucarístico de Cristo, más descubrimos el don de la maternidad universal del Virgen, que nos conduce a su vez a hacer nuestras las intenciones del Corazón del Hijo y "a recibirlo mejor” como ha afirmado, en el Santuario mariano de Altötting, el Santo Padre Benedicto XVI en la homilía del 11 de septiembre pasado: "la adoración del Señor en la Eucaristía ha encontrado en Altötting en la vieja camara del tesoro un lugar nuevo. Maria y Jesús van juntos. A través de Ella queremos permanecer en diálogo con el Señor, aprendiendo así a recibirlo mejor".
¡Qué profundo valor teológico y espiritual adquiere también, a esta luz, el Rosario recitado ante el Santísimo Sacramento! ¡Y que decir del amor a la Eucaristía que surge de la espiritualidad del Rosario! Creyendo realmente que "Maria y Jesús van juntos", quedaremos sorprendidos de tener en la mente y en el corazón la convicción de que donde está Jesús esta también su Madre, con una presencia materna, llena de ternura y de solicitud que nos confía a todos al amor de Dios y nos lanza a sus brazos.
P. Luciano Alimandi.
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